¿A quién no le ha pasado, por ejemplo, que luego de ocurrido el exorcismo y de la correspondiente meditación, y llegado el momento de alistarse para regresar al mundo exterior, no encuentra papel higiénico? a mí sí. La sucesión de hechos es casi siempre la misma: miras hacia la derecha, abajo, donde está el soporte para el papel. Nada. Pucha. Hacia la izquierda. Tampoco. ¡Mierda! (literalmente). Entonces, dependiendo en qué tipo de baño te encuentres, comienzas a buscar algún rincón en donde pueda haber algún resquicio de papel.
Detengámonos aquí y supongamos que estás en el baño de tu casa o en el de alguien de tu familia. Entonces surgen varias posibilidades, como lo descubrí hace unos días en mi propia casa. Luego de mirar para todos lados, comprobar efectivamente que no había ningún rollo, renegar en silencio porque Katia no había puesto uno nuevo y tratar de encontrar inúltimente alguna otra solución (es inexplicable por qué uno hace eso, si sólo existe una salida), no me quedó otra que pedir auxilio desde dentro.
- Amooor...
- ¿Sí, mi vida?
- Amor... este... no hay papel.
- (Carcajada) Ya amor, ya voy...
- (Refunfuño en silencio)
Pasó un momento y escuché al otro lado de la puerta:
- Amor, toma el papel (seguido de más risitas)
Entonces viene la verdadera humillación, porque lo otro había sido sólo un ensayo. No me quedó más que levantarme y hacer la Caminada de Igor, el jorobado sirviente de Drácula (es decir, avanzar paso a paso, encorvado, con las rodillas flexionadas y relativamente juntas, unidas por el pantalón bajado, con los codos pegados al cuerpo). Llegué hasta la puerta, la entreabrí y sólo se asomó mi mano. Inmediatamente sentí el rollo de papel higiénico en la mano y cerré la puerta, casi pillando la mano de Katia. Y vino la segunda parte del roche:
- ¡POF!
(¿Y qué quiere? que yo sepa, tienes que ser santo para que cuando vayas al baño huela a rosas, y a mí todavía me falta mucho para eso)
A pesar de todo, estaba con suerte. ¿Qué hubiera pasado en la misma situación, pero sin nadie en la casa? de sólo imaginarlo, estiro la boca: hubiera tenido que hacer la Caminada de Igor saliendo del baño, atravesando la sala, luego la cocina, llegar a la despensa, abrir la puerta, erguirme hasta el armario donde está guardado el papel (esto sí no habría sabido cómo hacerlo), coger un rollo y hacer todo el viaje de regreso. Y claro, siempre cabe la posibilidad de que cuando estás atravesando la sala, midiendo cada paso para no caerte y sudando, alguien llegue y te encuentre con el pantalón abajo y la caminada medio rara. No, mejor no sigo imaginando.
Existen otra serie de terroríficas posibilidades. Creo que me pasó alguna vez hace mucho y mi sistema de protección psicológica bloqueó el recuerdo, pero ¿y si pasa lo mismo cuando estás de invitado en la casa de un amigo? ¿y peor aún, cuando al único que conoces de toda la reunión es a tu amigo? qué terrible debe ser entreabrir la puerta y gritar desde allí, asomando sólo la cara, tratando de encontrar un equilibrio entre el susurro y el llamado en alta voz:
- ¡Pst! ¡Juan! ¡Pst! ¡oe! ¡Juaaan!
Claro, quien al final se da cuenta primero de lo que pasa invariablemente no es Juan, sino la esposa de un amigo suyo que también está en la reunión, y le termina pasando la voz ni siquiera a Juan sino a su esposa. Mierda... (otra vez, literalmente).
Pero claro, las cosas pueden empeorar. A veces pasa que uno está en un lugar público (un cine, por ejemplo) y siente ganas de ir al baño, ganas que vienen acompañadas de esa punzada que te hace saber que no puedes esperar hasta el final de la película. Pero igual porfías y te quedas sentado porque la trama está buena. Cuando sientes que finalmente el niño va a salir y vas a ser padre, vas corriendo al baño, entras y vas tocando las puertas rogando que algún lugar esté libre. Te sientas desesperado, das a luz y de pronto...
- Puta madre.
No hay papel. ¿Qué vas a hacer, llamar a alguien? "para ese tipo de situaciones siempre sirven las notitas que guardas en la billetera" me dijo alguna vez un amigo de la universidad. A mí me pasó algo parecido una vez, pero como no tenía ninguna nota en la billetera, estaba cagado (otra vez, literalmente). Ni modo, no iba a usar un billete; número uno, porque perdía plata, y número dos, porque ese papel moneda debía tener tantos microbios que me arriesgaba a convertir mi trasero en un foco infeccioso. Gracias a Dios, en esa época todavía hacía lo que mi madre me había enseñado de chico y cargaba con un pañuelo. Sí má, perdóname, ese es el pañuelo de mi papá que nunca te devolví.
Sí, sí. Ya sé lo que estás pensando. "¿Y si no hubieras tenido el pañuelo?". Bueno, eso ya me pasó. Por suerte, el Wi-Fi del centro comercial llega hasta acá. Cuando vengas te cuento. Trae papel y una frazadita, ha estado haciendo frío en las noches.