
Y este trabajo también me ha permitido corroborar que el cariño se compra, o por lo menos, se intenta comprar. Hace un par de semanas entró un Porsche al local; cosa extraña, porque si bien la empresa se dedica a una marca de lujo, no es precisamente esa. Quien conducía era un chico de unos dieciocho años y ese vehículo era, ni más ni menos, su primer auto. Me quedé sin palabras cuando me enteré. Se lo había comprado su madre, la ex propietaria de una conocida cadena de heladerías en Lima.
En un primer momento, y lo escribo con la cabeza gacha, la envidia levantó la cabeza como si hubiera estado metida en una trinchera y asomándose para ver cómo estaban las cosas. Pensé que había gente con la vida regalada. Pero gracias a Dios la idea no pasó de un par de segundos. Me acordé de la Primera Ley del Regalo Culpable, que dice que el precio del regalo es directamente proporcional al tamaño de la culpa del oferente. ¿Qué tendría que compensar esa madre para darle a su hijo algo así? ¿ausencia? ¿algún trauma severo? ¿alguna carencia pasada? imposible saberlo, pero tampoco importa a estas alturas. Es poco probable que el auto cumpla su objetivo (y no me estoy refiriendo al transporte), así que la inversión de la señora en realidad no tiene sentido. Ojalá que lea esto y que sepa que no hay moneda para lo que quiere comprar. Y que me regale un Porsche como agradecimiento por habérselo dicho.