Que el resto sea tolerante

Hace algunos días se dio el caso en Lima -como se ha dado en algunos otros lugares del mundo- en que una exhibición artística ocasionó bastante revuelo y muchas ofensas cuando presentó imágenes de santos católicos en sus posiciones de siempre pero con un pequeño detalle: estaban en ropa interior.

El Municipio, luego de usar como excusa la falta de licencia del local, lo cerró. Era un secreto a voces la presión de los vecinos. La artista se quejó de la "falta de tolerancia" de sectores "radicales" de la Iglesia y de los vecinos "extremistas". Bueno, razón no le falta. No debe haber sido poca la gente a la que no le gustó la exposición, no en un sentido artístico sino en verla como un atentado contra sus creencias, y utilizó sus influencias, o los "amigos de amigos" para evitar que el evento prosiguiera. Uno tiene el derecho de expresar sus ideas, su arte, sea cual sea éste. Eso es democracia ¿o no?

Sin embargo, y es un fenómeno que a la vez se repite en todas las otras ocasiones similares a ésta, los que exigen tolerancia con sus ideas no siempre tienen mucha con las de los otros. Si sé que mis ideas o mi arte van a ofender a alguien -y no estamos hablando aquí de cuestiones de supervivencia o la definición de un esquema político- podría ser lo suficientemente tolerante con el resto como para no hacer algo que los ofenda. ¿La gente tiene que tolerar que haya algo que yo haga que los ofenda? ¿no tendría yo que aceptar que si hay algo que ofende a otros, es mejor no hacerlo?

Sí, la discusión es eterna y podría escribir cien párrafos de una y otra postura. Pero lo cierto es que la tolerancia no es como la radio, sino como un teléfono: tiene caminos de ida y vuelta. A la situación en la cual esos caminos son fluidos se le da un nombre: vivir en paz.

Ah, no tolero comentarios en contra.

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Qué flojera


Hay una tira de Mafalda en la que Felipe y ella están sentados leyendo historietas. En eso, Felipe suelta una frase, con una cadencia larga, como quien en realidad no quiere la cosa: "Bueeeno... me voy a hacer los debeeeres..." y se queda sentado. Mafalda lo mira y después de un cuadro en silencio le grita: "Bueno, ¿los ibas a hacer o no?". Mientras sale del departamento de su amiga, Felipe piensa: "La voluntad debe ser la única cosa que cuando está desinflada necesita que la pinchen".

Un lunes en la mañana, después de haber tenido un fin de semana movido (y no precisamente por alguna fiesta, sino por el trote de estar visitando a los suegros y a mis padres, además de trabajar y vacunar a mi hija) es agotador. Y si a eso le sumamos una amanecida ayer mientras arreglaba algunas cosas de la casa para que no queden pendientes para hoy, el resultado es algo de cansancio sazonado con un poco de desgano y espolvoreado con ratos de sueño. Entonces el hacer cosas en la oficina, sobre todo si no son urgentes, se vuelven especialmente pesadas.

"Lunes otra vez" - sí Charly, comenzamos de nuevo la rutina. Este jueves es Navidad, la primera de mi hija. Me acabo de acordar que hay cosas para las cuales no siento pereza. Gracias, Alessia. Manos a la obra..

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¿Dalí trabaja para Volkswagen?


Consumo absurdamente bajo. Muy buen afiche de VW, lleno de detalles como los que Dalí ponía en sus obras (un camión que no sirve, el encargado de la estación de servicio con un montón de bolsillos vacíos, las hormigas cargando el combustible que necesita el VW Polo). Muy bueno.
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Les Luthiers

Fue gracias a mi gran amigo Eduardo que conocí, hace varios años ya, a Les Luthiers. Recuerdo que Eduardo me trajo, en uno de sus viajes desde Arequipa, un par de cassettes (bueno, dije que fue hace varios años, ¿no?) que contenían algunos audios de este espectacular grupo argentino, causante que varias veces me quedara carcajeándome solo en mi cuarto a inicios de los noventa. Y la cosa era más chistosa porque como sólo era audio, la imaginación quedaba libre para pensar qué podría haber estado pasando en escena, y aunque parezca contradictorio, eso hace aún mejor la experiencia (es por eso que somos varios los que decimos también que leer un libro es una vivencia mucho mejor que ver la correspondiente película). En fin, basta de habladurías. He aquí un par de videos de Les Luthiers; el primero corresponde a "El Rey Enamorado" y el segundo a "La bella y graciosa moza".




Otros que no hay que perderse:


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Las aventuras del estómago

Yo llamaría al baño más bien incubadora de ideas. Sé que no soy el primero al que se le ha ocurrido la solución a un problema mientras miraba al techo sentado en el trono, y es cierto que a otros les sirve para reflexionar y recordar las cosas del día. Es por eso que hay ideas que son una mierda, y hay ideas que resultan brillantes luego de limpiarles la mugre de encima.

Hay tantos usos del baño como personas en este mundo, así que su importancia no ha sido en realidad puesta en un lugar apropiado. Sin embargo, lo cierto es que una sola de sus posibilidades de uso es la que provoca que uno tenga que ir corriendo, y no es precisamente pensar en la chamba (nadie busca con desesperación un baño para meditar sobre por qué no le cuadra el balance). Sí señores, ya saben a qué me refiero, así que no necesito hacerlo explícito.

Hoy recordé una de esas situaciones. En realidad he vivido varias, pero hay una que recuerdo con especial humor y tensión (porque cuando uno las recuerda se ríe, pero mientras se vive el momento no hay peor cosa en el mundo que no tener baño cerca o estar imposibilitado de usarlo). Fue hace años, debe haber sido 1992 ó 1993. En esa época, yo estaba estudiando en la universidad, y tenía clases a las siete de la mañana. Eso implicaba que me tuviera que levantar a más tardar cinco y treinta, para que luego de ducharme y cambiarme, tomara el primero de los dos buses que me dejarían allá. Esa mañana, luego de levantarme y tomar una ducha, sentí un pequeño salto del estómago y decidí no hacerle caso. Es el gran error que cometemos muchos, pues las urgencias pocas veces aparecen de la nada; casi siempre advierten con anticipación: "oye, Gianmarco, mejor ve al baño" "no hombre, estoy apurado" "hazme caso" "relájate, no molestes" "bueeeno, allá tú, conste".

Bajé y tomé desayuno, que era leche y pan con algo de mantequilla o jamón. Subí nuevamente, me lavé, cogí mis cosas y salí caminando rumbo al paradero del bus, que estaba a cuatro cuadras de mi casa. Llegué y me quedé parado esperando. No sentí físicamente nada, pero tenía la sensación de tener la mirada inquisidora de mis intestinos mirándome con los ojos entrecerrados y de costado. Cinco minutos después, llegó el bus.

La ruta era fácil y rutinaria. Tenía que seguir en ese bus unos 15 minutos (cuando no había tráfico) recorriendo Tomás Marsano y Aviación hasta llegar a Javier Prado. Allí me bajaba y tomaba otro bus que luego de unos 10 minutos más me dejaría en la universidad. Luego que el bus partió y yo me sentara, todo transcurrió tranquilo hasta que llegamos al óvalo donde el bus cambiaba de avenida y entraba a Aviación. Fue entonces cuando comenzó la tortura.

Sentí una punzada. No voy a explicar cómo, ya todos lo saben (y si no lo saben, no pregunten. Sólo deben saber que tienen mucha suerte). Como era ligera, pensé "pucha, bueno, me aguanto hasta que llegue". Inmediatamente me di cuenta que no tenía papel higiénico. No importaba, en la universidad había.

Tres cuadras más adelante, y como quien te toca el hombro más fuerte porque no le haces caso, hubo otra punzada. Recuerdo que me reacomodé en el asiento. Bueno, reacomodarme es un decir, porque la incomodidad era absoluta. "Ya, ya falta poco" pensé, aunque en realidad estaba a mitad de camino del primer bus. Tal vez era alguna estrategia de autoconvencimiento, ahora que lo pienso. Esta es la etapa en la que uno empieza a respirar un poco más profundo, a ver si se le pasa. A veces, dependiendo de en dónde se está, uno abre la ventana más cercana; ese fue mi caso.

La sensación bajó un poco y pude suspirar de alivio y volver a ver el paisaje urbano durante un rato. De por sí no era muy simpático, pues la sección de Aviación por la que pasaba estaba lleno de bares, karaokes, restaurantes y tragamonedas. Cualquiera que haya pasado por una zona así a las seis y treinta de la mañana, cuando todavía no llegan los barrenderos, sabe que el aspecto de la calle no es el mejor.

Faltando sólo cuatro cuadras para llegar a Javier Prado y tomar el segundo bus, ocurrió la catástrofe. Dios, la sensación era horrible, había pasado de las punzadas a sentir que no daba más, que los presos estaban al borde de una fuga, que el muro de contención estaba a punto de romperse. Sudé frío como nunca lo había hecho y no quiero volver a hacerlo y sentí que estaba a punto de volverme el centro de las miradas de la gente que estaba en el bus. Me paré desesperado e hice detenerse al bus a mitad de cuadra: tenía que encontrar un baño como sea.

Es cierto que cuando me paré en el bus, caminé y descendí, la sensación bajó un poco. Incluso pensé que había desaparecido, pero no tardó en regresar. Empecé a mirar a mi alrededor y supe que mi situación era pésima: no eran aún las siete, no habían sitios abiertos, nadie que me pudiera prestar un baño. Empecé a caminar desesperado, como quien está perdido en un lugar, mirando alrededor. Ya no daba más.

El Señor debió haberse apiadado de mí luego de haberse carcajeado un rato, porque luego de avanzar dos cuadras con las piernas casi rectas por estar conteniéndome, ví una puerta abierta. Era un barcito de mala muerte que estaban terminando de limpiar luego de la juerga de la noche anterior. Me acerqué desesperado (mentiría si dijera que corrí, no podía) y pregunté si me podían prestar el baño. "Sí, pase" me dijo una señora que estaba con un trapeador y con un balde. Empecé a caminar ya a punto de reventar, y me dijo "son cincuenta céntimos".

¡Puta madre! ¡yo a punto de hacerme en los pantalones y la tía pidiéndome una moneda! hurgué en el bolsillo buscándola mientras juntaba las rodillas; la encontré y se la di. Ya me sentía pálido. Retomo de nuevo la caminada hacia el baño, y me dice "un momentito, su papel". Carajo, bueno, necesitaba el papel, que al parecer venía incluido en el alquiler. Me dio una tira que sería más o menos dos veces el largo de mi brazo, que de sólo verlo supe que sería insuficiente. No quise pedir más porque Alien estaba a punto de salir y no precisamente por el pecho, así que llegué a la puertita negra que era la entrada del diminuto baño y pasé.

No voy a hacerla larga contándoles las condiciones en las que estaba el baño, los malabares que hice para no sentarme y cómo administré tan eficientemente la tira de papel que fue suficiente, ni más ni menos. En ese momento, ese ambiente de poco más de dos metros cuadrados era el paraíso. Sólo me queda decir que finalmente salí y luego de agradecer a la señora, retomé mi ruta con una sonrisa de satisfacción tal que casi hacía que me pudiera morder las orejas.

Adivinen dónde me acordé de todo esto. Me voy, la batería está casi en cero y no hay tomacorrientes cerca a la incubadora de ideas.

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Aborto: OMS vs.Ciencia

Hoy Imaginariums ha publicado un interesante artículo de Esther Samper, publicado originalmente en soitu.es, acerca del aborto y de cómo la Organización Mundial de la Salud tiene una definición distinta, según su conveniencia, de lo que es el embarazo. Esto con respecto a la definición médica tradicional (cabe recordar que la OMS está sujeta a grandes intereses económicos - la salud es una de las industrias más grandes del mundo, y uno de los productos que más comercializan los laboratorios son las píldoras de control de la natalidad).

Veamos: la ciencia dice que el embarazo comienza con la unión del espermatozoide y el óvulo. El óvulo fecundado forma una nueva célula llamada cigoto, en la que empezó ya la multiplicación de las células que formarán luego en el útero una nueva persona. Pero este cigoto, para desarrollarse apropiadamente, necesita fijarse al útero, un proceso que se llama implantación. La OMS dice que el embarazo no comienza con el óvulo fecundado, sino sólo cuando éste se implanta en el útero. Que cualquier cosa que pase antes de esto no es considerado embarazo.

¿Por qué la OMS difiere tanto de la definición tradicional? dejemos que Samper lo explique:

Lo que la OMS pretendía con esa nueva definición era restringir el término de "aborto" y con ello el de "abortivos". En el momento en que defines que un embarazo comienza con la implantación, automáticamente buena parte de métodos anticonceptivos-abortivos dejan de ser abortivos, porque alteran precisamente eso, la implantación. Como no llegan a tener lugar no son abortivos. Un ejemplo clásico de esto es la píldora del día después. Puede funcionar como anticonceptiva, si actúa antes de que se dé la fecundación o como abortiva (según términos médicos), si la fecundación ya se ha producido y lo que hace es evitar la implantación.
Bajo un criterio de consciencia, una persona que considere que la píldora del día siguiente es abortiva puede elegir no adquirirla. Y eso va en contra de los intereses de los laboratorios. Es decir, un sector prefiere cambiar la definición de "embarazo" y proceder a realizar abortos afirmando que no lo son.

Claro, ante esa variedad de definición de aborto y embarazo ocurre que se crean diálogos de besugos. Donde uno dice que es abortivo y el otro dice que no, y los dos tienen y no tienen razón, según la definición que hayan tomado. Entre que unos se agarran a la definición de embarazo de la OMS como un clavo ardiendo y otros se agarran a la definición científica/médica, poco se llega a sacar de la conversación cuando no se define de primeras en qué se basan.
Hay quienes venden su alma eliminando las de otros.


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Ho-ho-ho-la

Ayer en la noche, luego de llegar a casa y saludar a Katia y a Alessia, me senté con ellas a ver televisión, mientras conversábamos de lo que había pasado en el día. Recuerdo que Katia estaba contándome algunos problemas que tuvo con la casera -que quería pulir y pintar el lado externo de la pared del cuarto de Alessia, afectado por una construcción contigua por salpicaduras de cemento- cuando me di cuenta que en algún canal de cable estaban transmitiendo Virgen a los 40, una comedia acerca de un tipo que a pesar de su edad, nada de nada. Y me acordé de cómo pasé cierta etapa de mi vida hace ya algunos años.

No, no es que aún siga siendo virgen (o casto, como creo que se dice para los hombres - Alessia es la mejor prueba) ni que recién hace poco me hayan estrenado. Fue la reacción total de timidez del personaje de Steve Carell ante algunas mujeres la que me hizo sonreir.

Debo empezar diciendo que soy el primero de tres hermanos, todos hombres. Por tanto, me acostumbré desde chico a que la única mujer de la casa fuera mi madre. Pero las cosas no acabaron allí: a mediados de primaria, entré a un colegio religioso regido por Jesuitas (la orden que mejor me cae dentro de la Iglesia Católica, digan lo que digan de ellos). El colegio era solamente para hombres, así que mi trato con mujeres contemporáneas a mí siguió siendo limitado.

Para remate, además de ser el mayor de mis hermanos soy el segundo mayor de todos mis primos por parte de madre (y el mayor por parte de padre, pero esos ni los cuento porque todos viven literalmente a mil kilómetros de aquí). Por tanto, las únicas mujeres con las que trataba eran infantes. Y en eso, cuando menos lo esperaba, llegó la secundaria. Y con la secundaria, las primeras fiestas. Y con las fiestas... las mujeres.

Recuerdo que la primera vez que fui a una fiesta tenía algo de 13 ó 14 años. Vestido con un jean negro y una casaca, conversaba con mis amigos en un lado de la sala, mientras miraba de reojo a las chicas. Algunos de mis amigos estaban bailando, y Carlos -uno de mis mejores amigos de secundaria- me dijo "oe, saca a bailar a alguna, pues".

Qué me queda sino confesar: no tenía la más mínima idea de cómo hacerlo, y encima estaba presionado por amigos, lo que para un adolescente es el equivalente a un tanque. Después de ver cómo se hacía y sobreponiéndome al sudor en las manos, me acerqué a una chica cuyo rostro, desgraciadamente, no recuerdo -era una fiesta en una casa, y estaba de moda la cortadora de luz y las luces de colores- y le extendí la mano gritándole si quería bailar. Gracias a Dios, aceptó.

No fui Travolta ni mucho menos. Era mi primer baile, el que todos hemos hecho de pequeños, moviendo los pies y juntándolos en cada lado. Cuando terminó le agradecí, y creo que ella estaba algo nerviosa también, porque me devolvió el agradecimiento y me sonrió. Después de media hora, volví a bailar con ella, ya un poco más canchero, y poco después me fui sin despedirme.

Transcurrieron un par de años en los que fue inevitable ta-ta-tartamudear cu-cu-cuando una chi-chica se acerca-acercaba, mientras que las manos seguían delatándome con un sudor nervioso (por suerte nadie se dio cuenta: no me atreví nunca a estrechar las manos de una mujer en todo ese período). Con el inevitable crecimiento del círculo social, el número de mujeres con el que tenía contacto creció y mi trato se normalizó. Sólo me volvía a poner así cuando quería invitar a alguien a salir, que era un momento en el que la sensación de sacar a bailar regresaba y multiplicada por diez. Sí, con Katia pasó lo mismo desde que la invité a salir por primera vez a los 19 años, aunque recién aceptó 12 años después, luego que la invité nuevamente después de dejar de vernos durante muchos años.

Pero é-ésa es o-o-otra histo-to-toria que co-co-contaré después. Mo-moraleja: si tus hijos son del mismo sexo, inscríbelos en un colegio mixto.




Cuando las cosas se vuelven locas

Existe un sitio muy popular para los amantes del Photoshop: Worth1000.com ("vale mil", en alusión a la frase "una imagen vale más que mil palabras"). Se realizan allí cada cierto tiempo concursos de composición de imágenes bajo diversos temas. Este es uno que vale la pena compartir: objetos inanimados que cobran vida y se comen otras cosas, vivas o no. Sí, algunas imágenes son tétricas, pero valen la pena.




Cuba libre

No hubiera querido hacer, inmediatamente después de la anterior, otra nota sobre Yoani Sánchez, de Generación Y. Pero después de lo que leer lo que le pasó luego que le llegara una citación de la policía cubana, sólo queda sorprenderse de aquellos que dicen que Cuba es un país libre.

Una pena: Venezuela va en el mismo camino.

Ya que no quise hacerlo pero lo hice, no digo más al respecto.

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El decaimiento del qué dirán

Hace un rato estuve leyendo uno de los últimos artículos de la cubana Yoani Sánchez, del blog Generación Y. Encontré allí una descripción muy... original de lo que es la diplomacia, que me produjo una cadena de pensamientos. Copio uno de sus párrafos.


"La diplomacia es de esas artes que me dan comezón, de esas danzas que al verlas ejecutar me entran mareos. Por más que pruebo entender a los embajadores, los cancilleres y toda esa estirpe de astutos personajes, sólo logro extraer más confusión de sus acciones. Se abrazan y regalan sonrisas, se intercambian promesas y salen en las fotos cogidos de la mano. Hablan en nombre mío, aunque hace rato que no se suben al ómnibus, no hacen una cola, ni saben del alto precio de un huevo en el mercado negro".

Chocante, ¿verdad? para quienes tenemos la buena o mala fortuna de poder satisfacer varias de nuestras necesidades -las básicas y algunas de las creadas- es siempre un golpe saber que hay vida más allá de nuestra burbuja. Y como Yoani es cubana, fue casi automático acordarme de Silvio Rodríguez y sus canciones con contenido social, de quien fui fanático hace ya varios años.

Ese "atisbo de vida más allá del pequeño mundo" provoca en ocasiones ganas de protestar. Lástima que en muchas de esas ocasiones la protesta sea cómoda, desde el sillón, porque yo tampoco sé (aunque alguna vez lo supe, pero no a carta cabal por ser muy pequeño, durante el primer gobierno de Alan García) lo que es subirse a un ómnibus, hacer cola por comida o comprar abarrotes en el mercado negro. El problema de la protesta cómoda es que no sirve de mucho porque no es creíble. Uno es en cierto modo consciente de eso. ¿Entonces?

Entonces, las cosas se dan porque hay algo detrás de esa protesta, detrás de ese supuesto defender los intereses de aquellos menos favorecidos. Y en mi caso, me di cuenta de ello en la época del colegio, cuando estaba en cuarto o quinto de secundaria. Un par de psicólogos llegó al colegio y nos pidieron dibujar una o varias cosas que nos simbolizaran como personas y dar una explicación al respecto. Entre los tres objetos que dibujé había una espada, y aunque no recuerdo cómo justifiqué el dibujo, sé que dije vagamente algo de defender mis pensamientos, ideas y creo que también algo de a aquellos que no podían hacerlo por sí mismos. La respuesta del psicólogo fue contundente:

"¿A ti te importa mucho lo que dicen los demás, no?"

Tengo la frase clavada en la cabeza desde ese momento. Respondí rápidamente y sin pensar que sí, y él empezó a decir algo referido a que tenía que dejar de preocuparme de lo que pensara el resto. Fue todo un choque para mi mentalidad adolescente, que trató de ver las cosas desde otro punto de vista a partir de lo que me habían dicho.

Me gusta pensar que desde entonces me preocupo menos de lo que piensa el resto de mí y que trato de hacer las cosas según lo que yo pienso, por lo menos hasta cierto grado. De repente es cierto. O de repente esa preocupación, al contrario de lo que yo quería, se hizo más grande y evolucionó conmigo a lo largo de todos estos años y ha hecho que hasta escriba estas líneas. Necesito un diván.


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El Viernes Negro convierte a las personas en animales

En el primer video, una pequeña turba de alocados compradores peléandose un grupo de kits de Guitar Hero para XBox 360 en Walmart durante el Viernes Negro (que acaba de ser este último viernes). El "viernes negro" es el viernes posterior a la celebración del Día de Acción de Gracias en EE.UU., que se considera inicio de la temporada navideña y que incluye grandes rebajas en los precios. En el segundo video, una toma acelerada de cómo otra turba -esta vez de hormigas- se comen una lagartija muerta. Cualquier parecido es pura coincidencia.





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La verdadera edad de los países, según Casciari

Hernán Casciari es un escritor argentino que reside en España (por lo menos eso fue lo último que supe). Soy, debo decirlo, seguidor de su blog Orsai, en el que escribe -si nada pasa- cada semana. Hace ya casi exactamente tres años él escribió este artículo, titulado La Verdadera Edad de Los Países, en los que compara el comportamiento de cada país con el de las personas según la edad que tienen. Lo curioso es que la comparación es válida en la mayoría de los casos.

El texto ha sido incluso traducido al inglés y recorre algunas cuentas electrónicas bajo el título The World According To Casciari, así de bueno es. Ya, ya, aquí va.


Una lectora sagaz me dice en el comentario 227 del artículo llamado España, decí alpiste, que 'Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven'. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países asándome en el sistema perro. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. Con los países, entonces, hay que dividir su edad por 14 para saber su correspondencia humana. ¿Confuso? En este artículo pongo algunos ejemplos reveladores.

Argentina nació en 1816. Tiene ciento ochenta y nueve años. Si lo dividimos por 14, Argentina tiene trece años y cuatro meses. O sea, está en la edad del pavo. Argentina es rebelde, es pajera, no tiene memoria, contesta sin pensar y está llena de acné. Por eso le dicen el granero del mundo.

Casi todos los países de América Latina tienen la misma edad y, como pasa siempre en esos casos, hay pandillas. La pandilla del Mercosur son cuatro adolescentes que tienen un conjunto de rock. Ensayan en un garage: hacen mucho ruido y jamás sacaron un disco. Venezuela, que ya tiene tetitas, está a punto de unirse para hacer los coros. En realidad quiere coger con Brasil, que tiene catorce y la poronga grande. Son chicos; un día van a crecer.

México también es adolescente, pero con ascendente indio. Por eso se ríe poco y no fuma inofensivo porro como el resto de sus amiguitos. Fuma peyote y se junta con Estados Unidos, que es un retrasado mental de 17 que se dedica a matar a chicos hambrientos de seis añitos en otros continentes.

En el otro extremo, por ejemplo, está la China milenaria: si dividimos sus 1.200 años entre 14, nos da una señora de ochenta y cinco, conservadora, con olor a pis de gato, que se la pasa comiendo arroz porque no tiene para comprarse la dentadura postiza. Tiene un nieto de ocho, Taiwán, que le hace la vida imposible. Está divorciada hace rato de Japón, que es un viejo cascarrabias al que todavía se le para la chota. Japón se juntó con Filipinas, que es jovencita, es boluda y siempre está dispuesta a cualquier aberración a cambio de dinero.

Después están los países que acaban de cumplir la mayoría de edad y salen a pasear en el BMW del padre. Por ejemplo Australia y Canadá. Estos son típicos países que crecieron al amparo papá Inglaterra y de mamá Francia, con una educación estricta y concheta, y ahora se hacen los locos. Australia es una pendeja de 18 años y dos meses que hace topless y coge con Sudáfrica; Canadá es un chico gay emancipado que en cualquier momento adopta al bebé Groenlandia y forman una de estas familias alternativas que están de moda.

Francia es una separada de 36 años, más puta que las gallinas, pero muy respetada en el ámbito profesional. Es amante esporádica de Alemania, un camionero rico que está casado con Austria. Austria sabe que es cornuda, pero no le importa. Francia tiene un hijo, Mónaco, que tiene seis años y va camino de ser puto o bailarín, o las dos cosas.

Italia es viuda desde hace mucho tiempo. Vive cuidando a San Marino y a Vaticano, dos hijos católicos idénticos a los mellizos de los Flanders. Italia estuvo casada en segundas nupcias con Alemania (duraron poco: tuvieron a Suiza) pero ahora no quiere saber nada con los hombres. A Italia le gustaría ser una mujer como Bélgica, abogada, independiente, que usa pantalón y habla de tú a tú de política con los hombres. (Bélgica también fantasea a veces con saber preparar spaghettis.)

España es la mujer más linda de Europa (posiblemente Francia le haga sombra, pero pierde en espontaneidad por usar tanto perfume). España and
a mucho en tetas y va casi siempre borracha. Generalmente se deja coger por Inglaterra y después hace la denuncia. España tiene hijos por todas partes (casi todos de trece años) que viven lejos. Los quiere mucho, pero le molesta que los hijos, cuando tienen hambre, pasen alguna temporada en su casa y le abran la heladera.

Otro que tiene hijos desperdigados es Inglaterra. Gran Bretaña sale en barco a la noche, se culea pendejas y a los nueve meses aparece una isla nueva en alguna parte del mundo. Pero no se desentiende: en general las islas viven con la madre, pero Inglaterra les da de comer. Escocia e Irlanda, los hermanos de Inglaterra que viven en el piso de arriba, se pasan la vida borrachos, y ni siquiera saben jugar al fútbol. Son la vergüenza de la familia.

Suecia y Noruega son dos lesbianas de 39, casi 40, que están buenas de cuerpo a pesar de la edad y no le dan bola a nadie. Cogen y laburan: son licenciadas en algo. A veces hacen trío con Holanda (cuando necesitan porro), y a veces le histeriquean a Finlandia, que es un tipo de 30 años medio andrógino que vive solo en un ático sin amueblar, y se la pasa hablando por el móvil con Corea.

Corea (la del sur) vive pendiente de su hermana esquizoide. Son mellizas, pero la del norte tomó líquido amniótico cuando salió del útero y quedó estúpida. Se pasó la infancia usando pistolas y ahora, que vive sola, es capaz de cualquier cosa. Estados Unidos, el retrasadito de 17, la vigila mucho, no por miedo, sino porque quiere sus pistolas.

Israel es un intelectual de sesenta y dos años que tuvo una vida de mierda. Hace unos años, el camionero Alemania (que iba por la ruta mientras Austria le chupaba la pija) no vio que pasaba Israel y se lo llevó por delante. Desde ese día, Israel se puso como loco. Ahora, en vez de leer libros, se la pasa en la terraza tirándole cascotes a Palestina, que es una chica que está lavando la ropa en la casa de al lado.

Irán e Irak eran dos primos de 16 que robaban motos y vendían los repuestos, hasta que un día le robaron un respuesto a la motoneta de Estados Unidos, y se les acabó el negocio. Ahora se están comiendo los mocos.

El mundo estaba bien así, es decir, como estaba. Hasta que un día Rusia se juntó (sin casarse) con la Perestroika y tuvieron docena y media de hijos. Todos raros, algunos mogólicos, otros esquizofrénicos.

Hace una semana, y gracias a un despelote con tiros y muertos, los habitantes serios del mundo descubrimos que hay un país que se llama
Kabardino-Balkaria. Un país con bandera, presidente, himno, flora, fauna, ¡y hasta gente!

A mí me da un poco de miedo que nos aparezcan países de corta edad, así, de repente. Que nos enteremos de costado, y que incluso tengamos que poner cara de que ya sabíamos, para no quedar como ignorantes. ¿Por qué siguen naciendo países nuevos —me pregunto yo— si los que hay todavía no funcionan?


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