Y no es que lo que hayamos vivido antes no haya tenido importancia. Es que uno se deja absorber tanto por la trascendencia de las cosas que vive en el momento, que lo anterior queda relegado incluso en la memoria. Claro que me acuerdo -ahora recién, lo confieso- que nos íbamos al cine, a la casa de mis papás, a su casa, a una reunión, a comer a algún lado (normalmente a Vlady's, un restaurante/pastelería sencillo pero bueno)... en fin, una vida de pareja normal. Veíamos una vida en común, y con un hijo o hija, como algo lejano, como algo etéreo. Pero así es la vida: de un sopapo te estrella contra la realidad y de pronto uno se ve haciendo cosas que nunca hacía. Ahora me río y me parece raro cuando me acuerdo haber estado conversando con Katia, cuando recién comenzamos, y haber estado de acuerdo en que si llegábamos a algo mucho más serio, no tendríamos hijos sino que nos dedicaríamos a viajar por el mundo. Ahora hay que mirarnos, felices con una hija hermosa. Y no cambiaría nada en mi vida.
Conclusión: Uno no siempre sabe lo que quiere. Y si cree saberlo, no siempre es realmente lo mejor. Y si uno cree que de verdad es lo mejor, se da con la sorpresa que la única verdad es que uno no sabe nada de la vida, sin importar la experiencia previa.
Y menos mal que es así.
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