"La diplomacia es de esas artes que me dan comezón, de esas danzas que al verlas ejecutar me entran mareos. Por más que pruebo entender a los embajadores, los cancilleres y toda esa estirpe de astutos personajes, sólo logro extraer más confusión de sus acciones. Se abrazan y regalan sonrisas, se intercambian promesas y salen en las fotos cogidos de la mano. Hablan en nombre mío, aunque hace rato que no se suben al ómnibus, no hacen una cola, ni saben del alto precio de un huevo en el mercado negro".
Chocante, ¿verdad? para quienes tenemos la buena o mala fortuna de poder satisfacer varias de nuestras necesidades -las básicas y algunas de las creadas- es siempre un golpe saber que hay vida más allá de nuestra burbuja. Y como Yoani es cubana, fue casi automático acordarme de Silvio Rodríguez y sus canciones con contenido social, de quien fui fanático hace ya varios años.
Ese "atisbo de vida más allá del pequeño mundo" provoca en ocasiones ganas de protestar. Lástima que en muchas de esas ocasiones la protesta sea cómoda, desde el sillón, porque yo tampoco sé (aunque alguna vez lo supe, pero no a carta cabal por ser muy pequeño, durante el primer gobierno de Alan García) lo que es subirse a un ómnibus, hacer cola por comida o comprar abarrotes en el mercado negro. El problema de la protesta cómoda es que no sirve de mucho porque no es creíble. Uno es en cierto modo consciente de eso. ¿Entonces?
Entonces, las cosas se dan porque hay algo detrás de esa protesta, detrás de ese supuesto defender los intereses de aquellos menos favorecidos. Y en mi caso, me di cuenta de ello en la época del colegio, cuando estaba en cuarto o quinto de secundaria. Un par de psicólogos llegó al colegio y nos pidieron dibujar una o varias cosas que nos simbolizaran como personas y dar una explicación al respecto. Entre los tres objetos que dibujé había una espada, y aunque no recuerdo cómo justifiqué el dibujo, sé que dije vagamente algo de defender mis pensamientos, ideas y creo que también algo de a aquellos que no podían hacerlo por sí mismos. La respuesta del psicólogo fue contundente:
"¿A ti te importa mucho lo que dicen los demás, no?"
Tengo la frase clavada en la cabeza desde ese momento. Respondí rápidamente y sin pensar que sí, y él empezó a decir algo referido a que tenía que dejar de preocuparme de lo que pensara el resto. Fue todo un choque para mi mentalidad adolescente, que trató de ver las cosas desde otro punto de vista a partir de lo que me habían dicho.
Me gusta pensar que desde entonces me preocupo menos de lo que piensa el resto de mí y que trato de hacer las cosas según lo que yo pienso, por lo menos hasta cierto grado. De repente es cierto. O de repente esa preocupación, al contrario de lo que yo quería, se hizo más grande y evolucionó conmigo a lo largo de todos estos años y ha hecho que hasta escriba estas líneas. Necesito un diván.
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